Se levanta como todas las mañanas y se pregunta dónde está y quien
es. Al instante lo vuelve recordar todo, desde su oscuro pasado hasta la
borrachera que cogió anoche, esa que es culpable del insoportable dolor de
cabeza que esta mañana de invierno nubla sus ideas.
Se asoma a la
ventana, espera que algo haya cambiado, que los fantasmas de su pasado dejen de
aparecer por los rincones y que pueda volver a sonreír. Sonreír de verdad, sin
que los ojos se le humedezcan, ya hace tiempo que olvido esa sensación, esa de sonreír
incondicionalmente ante la vida por el simple hecho de ser feliz, de que alguien
le acompañara en sus mejores y también peores momentos. Quiere volver a
confiar, a mostrarle su verdadera persona a alguien, aunque claro,
si después de hacerlo, después de darle todo a alguien se
va con todo ello y no vuelve, es difícil volver a confiar incluso en
uno mismo.
Respira hondo y
cierra los ojos un momento, apenas un segundo, pero suficiente como para
recordarlos a todos ellos, uno por uno, e intentar encontrar un motivo por el
que seguir aquí, por el que decida seguir respirando, algo o alguien por
el que poder sonreír, se esfuerza. Mucho, hasta que se le acaban las
fuerzas, pero no lo encuentra, su pasado es muy negro y el futuro que se
presenta mucho mas.
No queda otra, en
este momento ha tomado la decisión, ya no hay vuelta atrás.
Pide perdón por todos sus errores, les desea a todos la mejor vida
posible y que disfruten la felicidad que poco a poco
le habían robado. Un sutil movimiento y todo acaba,
paz, por fin. Sonríe.
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