viernes, 21 de diciembre de 2012

Memorias del frío viento de diciembre.

Se asomó a la ventana y como siempre, siguió sin verle. No había ni rastro de él. Nunca le había visto, nunca había hablado con él . Él se reducía a tan solo a un sonido, tan solo a un instrumento que cada media noche lloraba en las calles, derramando aquellas lágrimas que ya no corren por sus mejillas. Suena de nuevo esa melancólica canción, esa que la cautivó hace ya innumerables noches en aquella fría ciudad.
Recuerda cuando solo era una extraña, una buscadora de sueños, un alma libre a la que nada ni nadie podría nunca domar, alguien que solo pasaba por allí para contemplar por primera y ultima vez las calles nevadas que en ese día de diciembre estaban llenas de soledad y recuerdos. Así era, así debería haber sido, pero entonces sonó aquella bonita melodía, esa que era como un sueño que la arrastraba a creer en lo imposible y la hacía fuerte de nuevo.
Cada vez que escuchaba esa canción podía ver como cada uno de esos terribles fantasmas que la perseguían desaparecían en un momento, como si jamas se hubiera equivocado, como si nada de aquello hubiera sido un error. La escuchaba y sentía ganas de seguir adelante, de aferrarse a ese sonido y seguir escuchándolo cada noche en silencio, asomada a la ventana. Pero aquella noche no, necesitaba verlo, necesitaba ver al ángel que noche tras noche la había cantado y acunado, aquel que la había salvado de su oscuridad y que al mismo tiempo la había sumido en un profundo sueño del que todavía no había escapado. Aquella noche, como otras tantas anteriores, decidió que no podía seguir así, viviendo en una mentira eterna, sin pasar página. Salió a buscarlo. Hacía frió, como siempre, se ahogaba en suspiros y temores, pero no se hecho atrás. Siguió el sonido. Como siempre, cuando se empezó a acercar, la melodía paró, nada se oía en las calles vacías, solo su propia respiración. Corrió, corrió tan rápido como le permitieron sus torpes piernas, fue en la dirección que creía correcta, pero ya sería demasiado tarde, las lágrimas no le dejaban ver su camino. A pesar de todo no se paró, a pesar de que sabía lo que ocurriría, a pesar deque no encontraría a nadie, pues no era la primera vez y ella ya lo sabía. Había intentando mentalizarse, decirse a sí misma que no lo encontraría, ni hoy ni nunca. Se lo había repetido mil veces y aun así todo había sido en vano.
Llegó a la plaza jadeando, era allí desde donde su ángel desplegaba las alas todos las noches, sabía que era allí, pues había tenido tiempo de sobra para comprobarlo. Mira hacia delante, sabe que no va a encontrar nada, pero lo tenía que intentar, suplico una última vez a una fuerza inexistente y junto sus últimas fuerzas para abrir los ojos. Una fuente, un banco, un reloj, la luna y... él... él...
No podía creerlo no podía ser cierto, esos ojos... esos ojos grises caprichosos que habían decidido que ya era el momento de aparecer. Le miró hipnotizada, vio como sus oscuros cabellos acariciaban su rostro y como su mirada se posaba en ella, se puso nerviosa, pero al momento se calmo. Silencio. Por fin lo había comprendido, no decían nada, no había nada que decir, pues sin saberlo ya se conocían hace mucho tiempo.

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